Mark Zuckerberg se las ha arreglado para quedar como un buen chico que sabe reconocer su errores y rectificar. Su comparecencia ante el Senado y el congreso de los EEUU ha sido un «lo siento mucho, me he equivocao y no volverá a ocurrir» de 10 horas.
Le habían llamado para que diese explicaciones por los fallos en la custodia de datos personales que Facebook extrae y almacena de sus usuarios. A pesar de que no fue capaz de hacerlo ni de ofrecer una versión convincente de los cambios preventivos que piensa introducir su plataforma, escenificar arrepentimiento frente a las cámaras le ha servido para calmar al mercado y a la opinión pública.
La crisis de confianza a la que se se enfrenta su compañía desde el caso Cambridge Analytica ha empezado a zanjarse sin pasarle apenas factura. Su valor en bolsa está remontando después de una caída inicial, mientras las cifras de usuarios o de tiempo de actividad que le dedican a diario no se han visto verdaderamente afectadas.
Se esperaba que el senado y sobre todo el congreso de los EEUU friesen a preguntas incómodas a Mark Zuckerberg en su comparecencia, pero no fue así. El pequeño ejército de lobbistas que la empresa envió a Capitol Hill en las semanas previas debió de ser muy persuasivo con los legisladores. Probablemente también tenga algo que ver el hecho de que la influencia mundial de las grandes tecnológicas norteamericanas se contempla como un valioso activo nacional. En el fondo es una forma de poder blando que no conviene poner en peligro.
Si quieres, te lo miro.
No faltaban asuntos críticos por los que pedir explicaciones al máximo responsable de la compañía. Un modelo de negocio que por diseño se basa en la adicción y la vigilancia; un tamaño gigantesco que le otorga la posición dominante de un auténtico monopolio; un culto a la personalidad y una gestión inexperta con fallos constantes…
En varias ocasiones, la cara de Zuckerberg fue un poema pero al final la sangre nunca llegó al río. A veces los parlamentarios parecían pertenecer a una generación que apenas entiende Internet. Otras era él el que daba la sensación de no conocer la actividad de su empresa. Su respuesta estrella fue prometer mirarse el asunto con los de su equipo y terminar de contestar a la pregunta otro día.
Kafka, ¿Como te quedas?
Unas pocas intervenciones si que han tenido momentos reveladores. Cuando le preguntaron por los «perfiles en la sombra», Zuckerberg se hizo un pequeño lío al explicar un procedimiento verdaderamente kafkiano. Justificándose en motivos de seguridad, Facebook recoge datos de personas que no son usuarias. En caso de que quieran conocer la información personal que almacena la red social sobre ellas, necesitarán abrirse un perfil. Desde allí podrán consultarla y confiar en que la borren al darse de baja.
Esto significa que alguien que ignora que sus datos están siendo recogidos por que nadie le ha informado -y que por lo tanto nunca ha aceptado ningún tipo de condiciones de privacidad-, solo puede conocer su «perfil en la sombra» si se abre una cuenta. Se le exige aceptar primero las condiciones que permiten vigilarle para poder borrarse. Al hacerlo nada le garantiza que la red no siga incluyéndole en su cosecha de datos.
Fake news master.
Pero Zuck no solo ha sonado incoherente y kafkiano. Siendo el dueño de la plataforma de las fake news, nada el impide fabricar las suyas. Ante el parlamento ha hecho declaraciones que contradicen claramente hechos que ya se conocen. La revista del prestigioso MIT y otras publicaciones especializadas han detectado varias mentiras en su comparecencia.
No es cierto por ejemplo que el usuario pueda descargarse toda la información que facebook almacena sobre él. Su equipo de operaciones ha reconocido que hay muchos datos de actividad que no se incluyen en los informes descargables.
Igualmente, mientras Facebook afirma que extenderá el reglamento de protección de datos de la UE a todos los usuarios norteamericanos, lo incumple con bastante desenfado.
También ha ocultado los problemas casi insalvables que su equipo se está encontrando para moderar el contenido mediante inteligencia artificial. Entre otras cosas, es prácticamente imposible que se llegue a detectar con ella el discurso del odio en formato vídeo.
Extractivismo de datos.
El revuelo que se formó con el escándalo de Cambridge Analytica no ha servido para llegar al fondo de la cuestión. La economía subterránea que explota nuestros datos sigue funcionando a toda máquina en segundo plano. Pronto saldrán a la luz nuevos dramas con la privacidad parecidos. Un goteo que probablemente aumentará la concienciación con lo que está sucediendo.
No se trata de cuestionar un modelo de negocio en particular o la gestión de un CEO más o menos responsable. Ni tampoco de pedir más y mejor regulación. Estos casos sirven para destapar la cloaca en la que se está convirtiendo el tráfico de datos. La cuestión principal es perguntare a quien pertenece y como debe de gestionarse la información que generamos.
Como en la fiebre del oro, los datos en el modelo actual pertenecen en la práctica a quien los extrae. Los gigantes tecnológicos son los que más están haciendo de mineros en esta economía digital que ya está en marcha. Con una mirada crítica se empieza a hablar de extractivismo de datos.
Hay proyectos y planteamientos alternativos que consideran a los datos como un bien común. Nuestras ciudades o la sociedad en general los necesitan para funcionar. La información sobre movilidad por ejemplo, es esencial para organizar el tráfico. Barcelona o Amsterdam están desarrollando nuevos enfoques donde las personas son las titulares de sus datos y no los que comercian con ellos. Para garantizarlo se propone un modelo público de gestión con garantías, que evite que empresas o gobiernos los patrimonialicen.
Al ver a Zuck en la prensa, la mayoría del público asintió aliviado dándole la razón a ese joven de aspecto sano y responsable. Pero hay demasiado en juego para que nos conformemos con un poco de teatro.