Los retos medioambientales ponen sobre la mesa la fiscalidad del turismo. Es hora de hablar de las ecotasas, los impuestos al carbono y las exenciones fiscales al carburante.
«Creo que la industria no se ha dado cuenta ni ha comprendido las tendencias y expectativas sociales cambiantes. Ya es hora. Esta industria innovadora simplemente no puede maniobrar para ponerse a la defensiva en este importante tema global y político».
Henrik Holohei (Comisión Europea)
Fueron palabras del director general de movilidad y transporte de la Comisión Europea en un contundente discurso ante el sector de la aviación en Washington, al que acusó de no estar a la altura de la demanda pública de un transporte mucho más sostenible. La respuesta de la industria a los desafíos medioambientales apostando por mecanismos de mercado poco prometedores —como el esquema de compensación de emisiones de carbono CORSIA— no es suficiente, se escuchó allí. «si este reto no se afronta de forma constructiva y conjunta, los gobiernos individuales considerarán tomar acciones unilaterales, porque están bajo presión política creciente para hacerlo».
Impuestos al carbono en europa
La UE no está pensando solo en medidas fiscales; también le gustaría ver a la aviación alcanzar compromisos en la introducción de biocombustibles, por ejemplo. Entretanto, impuestos al carbono aplicados al queroseno y a los billetes de los vuelos parecen inevitables en un futuro próximo. Aunque estos deberían acordarse conjuntamente entre todos los miembros de la unión, hay países dispuestos a ir por su cuenta en caso de bloqueo.
El ministro de medio ambiente alemán ha dicho recientemente que una aproximación de ámbito europeo a la fiscalidad de la aviación sería la mejor manera de recortar las emisiones crecientes del sector, pero que su gobierno actuará antes si es necesario. Francia baraja un impuesto a los pasajes que va de los 1,5€ para vuelos domésticos en clase turista a 18€ para vuelos de salida de la UE en clase business. Lo recaudado con él se invertirá en la red ferroviaria. Por su parte, el ministerio de finanzas holandés organizó una conferencia para avanzar juntos hacia una respuesta europea.
Una vaca que da dólares
Mientras tanto, el Informe anual de 2019 de la IATA se abre con una entrevista a uno de sus consejeros, el director ejecutivo de Qatar Airways. Junto a su foto con el traje típico de su país —que inevitablemente evoca los posibles lazos entre aviación y productores de petróleo—, se lee el siguiente comentario en abierta oposición a la postura de los políticos de la UE:
«Los gobiernos usan a la aviación como una vaca lechera que da dinero. Por ejemplo, recaudan impuestos para el medio ambiente, pero ¿qué hacen con el dinero? Nadie lo sabe. Si los gobiernos fuesen serios acerca del medio ambiente, cumplirían con los acuerdos internacionales que firman. En su lugar, golpean a la aviación con impuestos verdes para cuadrar sus presupuestos y no hacen nada por el medio ambiente. Así que nos quitan el dinero, pero hacen muy poco. Los gobiernos deben reinvertir el dinero de los impuestos del medio ambiente en la industria para ayudarnos a conseguir más éxito sostenible».
H.E. Akbar Al Baker, el CEO de Quatar Airways
Los impuestos suelen levantar ampollas y los del turismo podrían estar a punto de hacerlo ahora más que nunca. El tratamiento anómalo de la fiscalidad de algunas actividades turisticas empieza a no tener un pase.
Anomalías fiscales
Tradicionalmente, el turismo se ha resistido enérgicamente frente a los esfuerzos impositivos. Los hoteleros de Baleares fueron implacables contra la ecotasa que consiguieron derogar por un tiempo. En Barcelona, el sector —liderado también por los hoteles— siempre se ha peleado por que lo recaudado por la tasa turística que se aplica a las pernoctaciones se invierta en hacer promoción. Cada subida suele ser recibida con sonoras protestas del empresariado turístico local. La principal asociación de apartamentos turísticos de la ciudad habla estos días de «castigo fiscal».
El turismo depende más de la utilización de bienes comunes que el resto de sectores económicos, pero se opone a que se le exija contribuir de alguna forma especial a mantenerlos. El llamado «problema del freeloader» —o del gorrón— es una de las anomalías de la fiscalidad del turismo que está resultando ser especialmente conflictiva en los destinos saturados.
Sin embargo, el verdadero talón de Aquiles de la industria turística está quedando al descubierto a la luz de la preocupación por el cambio climático. Sus actividades tienen una especial dependencia del transporte internacional sobre el que planean serias dudas de que pueda reducir sus emisiones a niveles aceptables. El tratamiento fiscal excepcional del carburante de los cruceros y, sobre todo, de los vuelos es cada día más difícil de justificar.
La excepción del queroseno
Conviene recordar que la aviación civil internacional disfruta de privilegios impositivos de los que carecen otras formas de transporte como el coche o el tren. El espacio aéreo donde tiene lugar la actividad se escapa del control nacional. Quien rige en él es la convención de Chicago que impide a los estados gravar el queroseno de los vuelos internacionales. Su tradicional máxima de priorizar el transporte barato a cualquier precio para dinamizar el comercio global —incluido el turismo— empieza a necesitar una revisión ante la emergencia climática.
Algunos países europeos buscan fórmulas impositivas al margen de la convención. No son fáciles de conseguir ya que, además de la legislación extracomunitaria, también hay directivas internas que eximen al carburante de la aviación doméstica. Reformarlas está resultando complicado por el veto de unanimidad en las decisiones. Además, existen otros acuerdos que se deberán respetar como los ASA —acuerdos de servicio aéreo— con operadores de terceros países. Sin embargo, el propósito declarado por la Comisión Europea es avanzar hacia un sistema impositivo en línea con unos objetivos medioambientales que estén a la altura de las circunstancias.
Dos visiones enfrentadas
Ejecutivos de aerolíneas como Michale O´Leary de Ryanair advierten a través de asociaciones como A4E (Airlines for Europe) que los impuestos al carbono afectarán a la competitividad del espacio aéreo europeo. El libre movimiento de personas se verá dificultado. Esto acabará dañando, especialmente, la integración de los países periféricos como España, Portugal y los Países Bálticos. En su lugar, el camino acertado sería apostar por la innovación para hacer la aviación más sostenible promoviendo, entre otras cosas, los biocombustibles.
Libres de impuestos, sin embargo, no se sabe cómo se espera que cuadren las cuentas para hacerlo. Falta explicar quién se hará cargo de los gastos en I+D y la reinversión necesaria en infraestructuras y con qué presupuesto. Esta aclaración resulta especialmente necesaria en el caso de empresas como Ryanair que destinan la barra libre de queroseno exento de la que disfrutan a la carrera hacia ninguna parte de los precios low cost.
La UE defiende, por el contrario, que los impuestos al carbono estimularán la eficiencia energética, favorecerán la reducción de emisiones, animarán a la adopción de los combustibles sostenibles y cambiarán la mentalidad de la gente. El mensaje que se envía cuando las mismas rutas en tren salen a veces más caras que en avión está en firme contradicción con el principio de «quien contamina paga».
Trato de favor
Para el ciudadano de a pie, no tiene sentido pagar impuestos significativos en la gasolina de su coche para ir al trabajo a diario, mientras el queroseno para la gente que vuela miles de kilómetros durante sus vacaciones no está gravado. Esto crea resentimiento y hace inaceptables ciertas políticas medioambientales que benefician especialmente al turismo. Lo que desató las protestas de los chalecos amarillos en Francia fue, precisamente, un impuesto al combustible. Algunas contradicciones internas del modelo económico globalizado están saliendo a la luz creando tensiones. Ante ellas, no es posible no hacer nada ni, sencillamente, penalizar en mayor medida al consumidor al final de la cadena.
En este contexto, un modelo que trata, de hecho, al transporte internacional como a una industria limpia que merece un trato fiscal favorable cuando, en realidad, es una de las principales consumidoras de combustibles fósiles podría tener los días contados. Sectores cada vez más amplios de la sociedad comienzan a pensar que hay trato de favor para esos alimentos y productos de necesidad venidos de lejos a precios inasumibles para el productor local o con los visitantes que se disputan con los residentes unas viviendas a precios inalcanzables. Esa metáfora de la aviación como una vaca que da dólares del director general de Qatar Airways es especialmente acertada para representar a negocios como el suyo recogiendo jugosos beneficios subvencionados mediante exenciones fiscales difíciles de justiciar.