En este blog siempre se ha venido observando con interés el fenómeno de la economía colaborativa y su aplicación al turismo con un enfoque doble: por un lado, como idea poderosa que trae consigo innovación y aires de cambio, pero también como realidad emergente sobre la que merece la pena hacer una reflexión, sobre todo, desde el ámbito público que debería encontrar una forma apropiada de regularla.
Recientemente, el Reino Unido ha anunciado públicamente su interés de conquistar el liderazgo global de este fenómeno y, en España, la Comisión Nacional del Mercado y la Competencia ha abierto una consulta pública para recoger opiniones cualificadas con miras a esa futura regulación.
Algo que empieza a llamar la atención en el relato de lo colaborativo es el contraste entre unos aspectos micro y otros macro.
Analizando a las plataformas de la economía colaborativa bajo el Microscopio
Al hablar de los mercados digitales que ofrecen bienes y servicios entre particulares el prefijo «micro» aparece mucho sobre todo para describir la parte de su negocio que constituye su oferta. Se habla de micro-emprendedores o micro-oferentes que reciben micro-ingresos. La característica que destaca en este nivel microscópico es la horizontalidad, ya que se entiende que clientes y ofertantes son iguales.
Desde esta perspectiva, la economía colaborativa necesita que cualquier legislación que busque permitir y ordenar la actividad de estos marketplaces, tenga en cuenta que quienes ofrecen bienes o servicios en ellos principalmente son particulares y que las exigencias en materias diversas como seguridad, fiscalidad, cuestiones laborales etc, puedan ser cumplidas por ellos.
En nuestro ordenamiento, por ejemplo, considerar a todo particular como un autónomo sujeto a pagar las mismas cuotas de seguridad social que pagan éstos, sería un requisito inviable para muchos de los participantes en el consumo colaborativo.
Una posible normalización exigiría perfilar muy bien la definición de cuándo existe actividad económica y en qué surgen todas las obligaciones y responsabilidades que acompañan a dicha actividad. También se habla de la posible conveniencia de actualizar las barreras de entrada y las exigencias para realizar algunas de estas actividades que hayan podido quedar obsoletas o desfasadas por la evolución de las cosas.
Acerca del carácter horizontal de estas redes, conviene puntualizar que los marketplaces P2P generalmente no exigen que sea un particular el que ofrece los bienes o servicios y permiten la convivencia de negocios y particulares en su oferta. Suelen ser un híbrido de P2P y B2C.
Además, se puede decir que hay una tendencia a que los oferentes que tienen buenos resultados con un producto, amplíen su oferta evolucionando de particular a pequeño negocio. Ésta es una dinámica que se ha podido observar muy claramente en uno de los mercados digitales más veteranos como es Ebay pero tambien en Airbnb o Uber.
Enfocando con el telescopio
Pero si a primera vista la economía colaborativa parece un asunto de micro-emprendedores, para entender el fenómeno, cada vez más, hay que olvidar la horizontalidad y coger el telescopio y enfocar a las super-estrellas del universo digital como han indicado en un artículo fascinante el trío igualmente estelar de académicos Erik Brynjolfsson, Andrew McAfee, and Michael Spence
La vanguardia visible del consumo colaborativo esta formada por grandes plataformas tecnológicas que actúan globalmente como Ebay, Airbnb, Uber o Blablacar. Todas ellas han crecido en estos años a un ritmo de más de un 50% interanual gracias a un modelo de crecimiento acelerado que en la consultora tecnológica Ideas For Change denominan Pentagrowth.
Ellas han sabido lograr grandes beneficios de escala para rentabilizar sus negocios basados en innovaciones de software y conseguir el efecto de red donde la cantidad de usuarios multiplica exponencialmente los beneficios que la plataforma puede, tanto ofrecer a otros usuarios, como recoger para si misma.
En el mencionado artículo los tres profesores argumentan que los factores trabajo y capital han perdido peso en la economía de la era digital a favor de la innovación (en tecnología y en modelo de negocio). El artículo explica con claridad como estamos en un momento en el que se ha creado una economía de las super-estrellas digitales y un efecto que se denomina «winner takes it all» (todo para el campeón) en el que, no solo los operadores tradicionales que no se adaptan sufren un efecto de asfixia, sino que cualquiera que llega en segundo lugar lo tiene cada vez más difícil para sobrevivir.
El panorama que dibuja dicho artículo para toda la economía digital parece extrapolarse bastante bien a la economía colaborativa, si miramos al firmamento del consumo colaborativo con sus grandes estrellas.
Los autores concluyen con una llamada a las instituciones que tienen que hacer las regulaciones y diseñar las políticas del futuro .Se les anima a tener en cuenta los desarrollos que produciéndose actualmente en este espacio y anticipen medidas correctoras para los posibles efectos indeseables a largo plazo.
Responsabilidad compartida
Da la sensación de que esas grandes empresas tecnológicas llegan a los distintos lugares donde quieren implantarse con una mentalidad monolítica, según la cual las normas locales han de adaptarse a su modelo de negocio en lugar de ser ellos los que introduzcan en él la flexibilidad y adaptabilidad necesarias para respetar las peculiaridades de mercados que tienen sensibilidades y regulaciones diversas.
¿Es suficiente con que quienes gestionan una plataforma se limiten a informar a los particulares que ofertan bienes o servicios en ella de que deben de cumplir las leyes del lugar?. O, por el contrario, deberían ocuparse de expulsar a aquellos que no cumplen las normas y, por lo tanto, responsabilizarse detectar y eliminar de su oferta a quienes comentan ilegalidades.
El propio mercado ya se ha ocupado de enseñar a una plataforma como Airbnb la lección de que no puede desentenderse cuando algo sale realmente mal entre anfitrión y huésped a base de incidentes desagradables que le han hecho reaccionar. Pero eso no es suficiente. Las normas que surjan, lo mismo que el mercado, harán bien en fijar cuales son las responsabilidades que las plataformas digitales no pueden eludir aunque les gustaría hacerlo.
Los nuevos campeones
Hasta ahora las normativas que existen no han sido las apropiadas para regular las transacciones entre particulares y, debido a eso, las redes globales del consumo colaborativo han necesitado para crecer e implantarse una zona de sombra de legalidad y responsabilidad.
Esto ha empezado a provocar malestar y protestas no solo entre los operadores tradicionales afectados por la nueva competencia, sino también entre ciudadanos de a pie como vecinos de barrios turísticos o activistas por una vivienda asequible. El consumo colaborativo está ayudando a ganar un dinero extra muy importante para muchas economías domésticas, pero está causando algunos problemas para otros.
Es indudable que los esfuerzos para conseguir escala y efectos de red han cumplido todos los objetivos imaginables para muchas de estas organizaciones y es posible ver en ellas rastros de la ética hacker que propagaba Facebook con su famoso mantra “muévete rápido, rompe cosas” donde lo importante es llegar el primero y después ya se verá. Ahora que han cumplido esos objetivos, estaría muy bien que dedicasen algunos de esos esfuerzos a otras cosas como introducir transparencia en su funcionamiento, escuchar a los afectados e intentar minimizar sus impactos negativos.
En todo caso, es papel de las administraciones encender los focos y arrojar luz sobre esa zona gris donde se ha movido esta economía. Los nuevos campeones han convivido un tiempo con quienes habían tenido que superar unas altas barreras de entrada que ellos han evitado. Sería justo que alguien ponga orden para que no toda la cuenta de los costes de transición corra del mismo lado.
“Si se da una respuesta regulatoria, se debe primar el interés general, no el interés de un grupo de operadores económicos” decía una recomendación de la CNMC hace unas semanas hablando de la economía colaborativa.
Anteriormente, aquí se comentó un caso de normativa que parecía sospechosamente influida por los intereses de los operadores tradicionales, en aquella ocasión, los hoteleros madrileños. Ahora me gustaría traer a colación un reciente ejemplo contrario, donde las ordenanzas de una ciudad parecen haber sido redactadas para beneficiar a una de las cada vez más influentes plataformas P2P. Se trata de la que se ha llamado “Ley Airbnb” en San Francisco que ha sido denunciada recientemente por su competidora Homeaway por beneficiar al modelo de Airbnb frente a otras empresas de apartamentos. Se diría que el lobbying no es exclusiva del sector hotelero.