La sorpresa de la pasada temporada fue ver a potenciales turistas convertidos a activistas climáticos organizando un boicot a la aviación con el movimiento flight-shaming. Pero ¿qué hay del hotel o la comida? Cuando se trata de descarbonizar las vacaciones, ¿acaso no cuentan también? Si no se les presta atención, estos otros elementos pueden llegar provocar más emisiones de carbono que el transporte, según afirma un estudio reciente. Por el contrario, poniendo cuidado en las decisiones que afectan a todo el viaje, se podrían conseguir unos niveles de emisión aceptables incluso volando. Con turistas y negocios cada vez más sensibilizados, urge encontrar formas transparentes de reportar la huella ecológica de cada uno de los servicios del turismo. Separar el trigo de la paja es especialmente necesario cuando algunas empresas tienden a colgarse medallas climáticas sin fundamento. El maquillaje verde o greenwashing está a la orden del día, como se comentaba en otro lugar. En este contexto, se abre un espacio para la investigación y la innovación turística. Una de las propuestas barajándose es un sistema de etiquetas de huella de carbono para las vacaciones en la línea de lo que ya existe para los electrodomésticos.
La comida ya contaba con sellos ecológicos como Slowfood. Ahora, se están dando nuevos pasos para informar del impacto medioambiental de los alimentos. La Guía Michelin ha empezado a mostrar junto a sus míticas estrellas el icono de un trébol para destacar a los restaurantes que han acreditado su sostenibilidad. Utilizar productos km cero o incluir menús vegetarianos y veganos puntúa al alza. En Reino Unido, Quorn, una popular marca de alimentación vegana, acaba de añadir gráficos de la huella de carbono a las etiquetas de sus productos principales. Otras tantas grandes marcas y supermercados no se han lanzado todavía, pero se lo están pensando. La prensa inglesa informaba de que Kit-Kat, Cheerios, Nescafe o Nestlé tienen planes de incluir información medioambiental junto a la nutricional.
Este etiquetado medioambiental no es ninguna novedad en el sector alimentario. La revista Wired recordaba el caso de los supermercados Tesco que lo introdujeron en 2007. Cinco años después, lo abandonaron por lo complicado que resultaba reunir toda la información necesaria. Desde entonces, la trazabilidad ha avanzado con la incorporación de nuevos sensores en la comida. También han surgido Startups que se dedican recopilar, analizar y darles usos comerciales a todos esos datos.
Junto a los restaurantes; hoteles, aerolíneas o cruceros podrían llegar a compartir sistemas para comparar niveles de eficiencia energética o de emisiones de gases de efecto invernadero entre competidores. Sellos, semáforos o calculadoras de carbono ayudarían los turistas que quieran mantener a raya la huella ecológica de sus vacaciones a tomar decisiones informadas.
Cabe preguntarse si a los negocios turísticos les interesará prestarse a este grado de transparencia. La lucha contra el cambio climático cuestiona la continuidad de muchas de sus actividades. Turistas potenciales más conscientes e informados podrían decidir quedarse en casa al enterase de que la cuota de carbono sostenible por persona es de unos 3000 km. para todo el año, mientras que un vuelo de ida y vuelta de Barcelona a Berlín son casi 500, 1800 a Nueva York o 3000 a Tailandia.
Además, la fatiga por todo tipo de certificados y etiquetados que envuelven los productos de consumo podrían hacer casi invisible uno más. Sin embargo, a pesar de la saturación, algunas alertas visuales con colores introducidas recientemente han conseguido mantener al público alejado de las comidas menos saludables o los electrodomésticos más contaminantes. Lo mismo podría pasar con hoteles, restaurantes o aviones.