Compensación por emisiones: pagar por descontaminar
La política climática de ámbito internacional prefiere las soluciones «basadas en mecanismos de mercado». Así es como se conoce a una variedad de medidas medioambientales con las que se confía reorientar a la economía hacia el crecimiento verde. Entre ellas, los esquemas de compensación por emisiones de carbono son uno de los pilares de la lucha contra el calentamiento global. Muchas de las esperanzas de cumplir con el objetivo acordado en París de mantener la temperatura global por debajo de un incremento de 2ºC están puestas en ellos.
Su fundamento es simple: quien contamina paga por descontaminar. Los negocios que emitan CO2 podrán seguir haciéndolo a cambio de dinero. Luego, lo recaudado se destinará a plantar árboles, invertir en tecnologías que capturan el carbono o a que, en definitiva, sean otros los que dejen de contaminar. Ante la preocupación en aumento por los asuntos medioambientales entre el público, cada vez más negocios se irán animando a ofrecer a sus clientes formas de compensar sus emisiones. Los estados y las organizaciones supranacionales podrán también apoyar esquemas de este tipo e introducir obligaciones.
Turismo y compensación por emisiones de carbono
Por descontado que soluciones como estas son las favoritas de la industria turística. El sector tiene claro a quién quiere ver al frente de la gobernanza climática de sus actividades: a sí mismo. Para avanzar hacia la descarbonización, prefiere arreglos voluntarios que le permitan auto regularse y auditarse por su cuenta. Las esperanzas están puestas, sobre todo, en esos mecanismos de mercado como los esquemas de compensación de emisiones.
Gracias a ellos, a cambio de aportaciones monetarias —de momento, bastante asequibles— negocios que se están viendo públicamente cuestionados, como la aviación comercial, pueden seguir con su ritmo habitual de consumo de combustibles fósiles. También se están popularizando entre los turistas, ya que les permiten no cambiar sus aficiones y seguir viajando con la conciencia tranquila.
Verdades incómodas
Sería bonito haber dado con una solución con la que todo el mundo gana a la vez que se consigue salvar al planeta. Sin embargo, algunas verdades incómodas acerca de estos mecanismos no están tardando en salir a la luz. El profesor británico especializado en turismo responsable Harold Goodwin mencionaba en un artículo reciente un estudio encargado por la Comisión Europea en 2017 sobre ellos. Allí se publican evidencias de que ni siquiera los mejores proyectos de este tipo funcionan. El 85% ha fracasado en sus objetivos de reducción.
No es difícil entender por qué. Más del 50% del CO2 que se emite a la atmósfera permanece en ella durante cerca de cien años. En un esquema de compensación, la contaminación contribuye inmediatamente al calentamiento mientras que pasará mucho tiempo hasta poder ser capturada por los métodos que se financian. La verdadera capacidad de captura de esos medios se desconoce y es imposible hacer un cálculo del saldo final de emisiones. La viabilidad de los métodos de secuestro de carbono con los que se cuenta no está clara. Algunos son solo tecnologías experimentales prometedoras, otros ya existen, aunque con capacidad insuficiente para los volúmenes que se les asignan.
Plantar árboles
Muchas de las reducciones se esperan conseguir plantando árboles. Pero no basta con hacerlo. Estos, además, tendrán que sobrevivir y, aun en caso de que lo hagan, no empezarán a rescatar el CO2 hasta dentro de varias décadas.
¿A quién no le gustan los árboles? Plantarlos es siempre una medida popular y la reforestación un objetivo loable, pero la conexión que se hace entre ellos y la reducción del carbono en los esquemas de compensación de emisiones es engañosa. Incluso podrían llegar a causar más gases de efecto invernadero al pudrirse en el suelo si no se cuidan. Acabamos de saber que el 90% de los 11 millones que se plantaron en Turquía han muerto por falta de agua. Esta plantación masiva fue una medida mediática del gobierno que se hizo invitando a fotógrafos de la prensa y con un récord Guinness incluido.
Goodwin advierte a los negocios que ofrecen compensaciones o están pensando en hacerlo que están vendiendo un producto dudoso bajo su propio riesgo. Un cliente insatisfecho al descubrir lo poco efectivas que son para frenar el cambio climático podría sentirse engañado y demandar al intermediario dañando su imagen. La agencia Responsible Travel afirma que lo tiene claro con respecto a las compensaciones de carbono: «dejamos de ofrecerlas hace diez años. No creemos que funcionen y pensamos que distraen de la necesidad urgente de reducción».
Brecha entre países
El offsetting —término en inglés para estas prácticas— es como ponerse a dieta y pedirle a otro que se quite el chocolate en tu lugar. El investigador del clima, Kevin Anderson, afirma que eso es lo que está sucediendo con la compensación por emisiones de carbono entre los estados. Sus reflexiones incorporan al debate la brecha entre países más y menos desarrollados.
Los países desarrollados están acostumbrados a llevar un estilo de vida de altas emisiones que resulta nocivo para el planeta. A través del Mecanismo de Desarrollo Limpio acordado en el Protocol del Kyoto (1997), los gobiernos de países industrializados aceptan pagar para que otros reduzcan sus emisiones. Efectivamente, se producen transferencias a los menos desarrollados, pero el efecto final es blindar ese estilo de vida basado en los combustibles fósiles. Al sacarse su billete de avión, quienes viajan no solo reservan asiento, también envían un mensaje estadístico a las aerolíneas y los gobiernos de que incrementen la frecuencia de los vuelos, amplíen los aeropuertos o compren más jets.
Por otra parte, la certificación y verificación no es tarea fácil. Es prácticamente imposible saber con seguridad que los fondos acabarán financiando renovables en otros países o que los proyectos permanecerán en marcha durante décadas, como se planeó al hacer las emisiones.
Los mecanismos de compensación podrían jugar un papel en un plan de descarbonización que contemple otras medidas para la reducción efectiva de las emisiones. Tendrían sentido, por ejemplo, para compensar las emisiones de industrias contaminantes verdaderamente imprescindibles como la agricultura. Hoy en día, sin embargo, se están utilizando para asegurar la expansión de industrias especialmente dependientes de los combustibles fósiles como la aviación.
CORSIA – EU ETS
Además de poco eficaces en la lucha contra el cambio climático, los esquemas de compensación de emisiones de carbono son extremadamente difíciles de coordinar en el tablero internacional. Las posturas entre países son tan diferentes que, cuando se reúnen, es casi imposible llegar a acuerdos. El lío monumental de la 40 Asamblea de la ICAO —la agencia de la ONU que gobierna la aviación civil internacional— es una buena muestra de los intereses contrapuestos que dificultan cualquier avance significativo.
Se celebró en septiembre de 2019 en vísperas de la puesta en marcha de CORSIA, el esquema de compensación de emisiones adoptado por esta agencia para cumplir con su objetivo de crecimiento neutro en carbono a partir del 2020. Curiosamente, todos los miembros lo aceptan como un primer paso en un asunto que reclama acción inmediata a la vez que lo rechazan por motivos opuestos.
Los países en desarrollo encabezados por China defienden que es demasiado estricto con ellos. Sus economías prevén un fuerte crecimiento de la aviación. Esperan que las naciones ricas asuman sus responsabilidades históricas por la situación de las emisiones ya vertidas y que no bloqueen unas vías de desarrollo que ellos ya han utilizado antes.
Los países de la UE, por el contrario, están presionados por sus ciudadanos a ir más lejos que CORSIA —un mecanismo inicialmente voluntario con pocas garantías de conseguir resultados—. En Europa, existe el Régimen de Comercio de Derechos de Emisión (EU ETS), su propia solución basada en mecanismos de mercado que establece un tope y un procedimiento para comerciar con asignaciones de emisiones.
Durante la asamblea, ni los propios europeos fueron capaces de ponerse de acuerdo para defender su mecanismo frente al blindaje de CORSIA que pretende la ICAO —Francia usó su veto comunitario por sus intereses con China que presumiblemente amenazó con romper sus contratos con Airbus—.
Cláusula de exclusividad
Al final, CORSIA se aprobó tras una votación imprevista promovida por China, India y Rusia en el último momento. Estos tres países, además, presionaron para posponer ciertas decisiones a una reunión a alto nivel en 2021.
La moción aprobada por la ICAO incluyó también una clausula de exclusividad de su mecanismo de compensación de carbono. CORSIA se proclama en ella como la única medida en el mundo con competencia para regular las emisiones de la aviación internacional.
Aunque la falta de unanimidad entre los europeos impidió incluir una reserva formal a esta pretensión, si que hubo una objeción verbal. Los responsables de transporte de la Unión anunciaron que Europa continuará regulando la contaminación de la aviación mediante EU ETS y con impuestos a los billetes o al queroseno de los vuelos dentro de la región. De no ser así, en caso de que las aerolíneas en Europa pasasen a regirse por lo que dispone la ICAO, el aumento de emisiones sería más que notable. Un informe de T&E lo ha cifrado en 683 millones de toneladas en 10 años —el equivalente a la contaminación combinada anual de Francia y Polonia—.

Lavadoras de conciencias
Las expectativas puestas en el Régimen de Comercio de Derechos de Emisión son altas. Se confía en que este mecanismo de tope y comercio —cap and trade— reduzca la contaminación de los vuelos europeos. Antes, los estados tendrán que de dejar emitir demasiados permisos. Por ahora, son tantos que el precio por contaminar es excesivamente bajo para tener verdaderos efectos positivos. Los incentivos que ofrece el mercado en las medidas basadas en él para que se tire por los suelos el precio del carbono son altos. Hay líneas aéreas que ofrecen, por ejemplo, plantar árboles gratis con el precio del billete low cost.
La que sí que está prácticamente descartada a estas alturas como herramienta efectiva para reducir el consumo de combustibles fósiles a los niveles necesarios es CORSIA. Sin embargo, es la estrella indiscutible a la que se fía la lucha contra el cambio climático en la «cesta de medidas» de la ICAO —una organización que no deja de ser una defensora de los intereses de la aviación—.

Frente a cualquier análisis mínimamente riguroso, las previsiones de la ICAO no se tienen en pie. Su evidente falta de realismo deja al descubierto la verdadera función de CORSIA y otros mecanismos de compensación de emisiones de carbono como lavadoras de conciencias y refuerzos de un statu quo que, por otro lado, se reconoce como insostenible. Este tipo de respuestas tímidas y complacientes a una cuestión global de tal envergadura cuestionan la pretendida capacidad de la aviación —y también del turismo— de avanzar autoregulándose en la lucha contra el cambio climático.