Las revelaciones espectaculares del periodismo de investigación caen en saco roto sin un movimiento político de base que presione para exigir cambios
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Las revelaciones espectaculares del periodismo de investigación caen en saco roto sin un movimiento político de base que presione para exigir cambios
La agenda de reuniones de la Comisión Europea para la reforma de las leyes de Internet está siendo copada de nuevo por las grandes tecnológicas norteamericanas con Google a la cabeza. La propuesta sobre la mesa las tiene más en cuenta a ellas que a los consumidores, las ciudades o las propias empresas europeas.
La mentalidad de frontera electrónica, que entiende lo digital como un territorio sin ley, ha creado un vacío de poder que aprovechan las grades tecnológicas.
En Australia, la polarización lleva el sello de dos hombres que saben sacarle partido: Rupert Murdoch y Mark Zuckergerg. Los equilibrios de poder en este tándem podrían estar alimentando allí a un movimiento antimonopolios que las autoridades de la competencia del resto del mundo observan.
La administración estadounidense demanda a Google por abusar de su posición de dominio, mientras la UE se pone en forma para la era digital regulando las plataformas de Internet. Así es la nueva ola antimonopolios.
Surgida en los márgenes de la red, la alt-rigth o «derecha alternativa» pasó a ser un movimiento político en parte gracias a las plataformas digitales, especialmente, Facebook.
«Antes de tomar el poder y establecer un mundo de acuerdo con sus doctrinas, los movimientos totalitarios evocan un mundo de consistencia hecho de mentiras que es más adecuado a las necesidades de la mente humana que la realidad misma».
Los republicanos de los EE. UU. fueron pioneros en aplicar esta estrategia a los principales periódicos del país y ahora lo están repitiendo con los nuevos árbitros del discurso público: las plataformas digitales de contenido.
Ante el panorama de concentración de la economía digital en un puñado de grandes empresas, una corriente de opinión al alza propone que se vuelva a aplicar la legislación antimonopolio como ya se hizo en el pasado.
El avance imparable de la EdTech con la pandemia —las tecnologías para la educación tan convenientes durante los confinamientos— no deja de tener un reverso problemático.
En medio de una catástrofe —natural, sanitaria, social o bélica— es habitual que se cuelen políticas que en circunstancias normales serían más que cuestionables. El llamado «capitalismo del desastre» se ha activado durante la pandemia del coronavirus y las grandes tecnológicas están a la cabeza.
En su polémica con Twitter, Trump arremete contra la cláusula del «buen samaritano» de Internet, una ficción jurídica que ha contribuido a convertir en intocables a un grupo reducido de empresas.
Google y Apple avisan de «que viene el lobo de la vigilancia» mientras la practican erosionando la confianza en la democracia por el camino.
Los datos de la sanidad son la nueva frontera en el desarrollo de las inteligencias artificales. Con el coronavirus, Google y Apple toman posiciones para controlarla.
La sociedad de la información se ha saltado el importante debate acerca de la naturaleza de los datos digitales. ¿Se parecen más al petróleo o al aire limpio?
Según Eames, en diseño, innovar debe ser el último recurso. ¿Estamos poniendo demasiada atención en la parte menos importante de la tecnología?
Entre el público, los niveles de irritación con los gigantes tecnológicos llevan tres años al alza. Ellos, en gran parte, se lo han estado ganando a pulso. Las leyes antimonopolio planean sobre sus cabezas tanto en la UE como en los EEUU.
El slow tech propone una serie de trucos para hacer más soportable un entorno digital algo enloquecido. Forma parte de un movimiento más amplio hacia la descentralización.
En el SXXI, los datos forman parte de las infraestructuras. En ciertos aspectos, hay que considerarlos como el agua o una carretera. Conviene no pasar por alto su dimensión como bien común y como infraestructura.
Conforme usuarios o políticos se van despertando del sueño futurista inducido desde Silicon Valley, se encuentran cara a cara con el status quo: un puñado de gigantes tecnológicos americanos se han adueñado de la situación.
Lejos de salirles gratis, es posible que las RRSS estén siendo un mal negocio para unos usuarios que les aportan contenidos no remunerados o permiten la extracción de datos sin contraprestación.
Google fue pionera poniendo en marcha un proyecto extractivo a gran escala que está demostrando tener graves consecuencias. Todavía no somos completamente conscientes de todas las amenazas para la libertad, la democracia o la prosperidad que supone.
Su comparecencia ante el Senado y el Congreso de los EEUU ha sido un «lo siento mucho, no volverá a ocurrir» de 10 horas, pero hay demasiado en juego para que nos conformemos con un poco de teatro.
Blockchain se presenta como el futuro. De momento es un mundo excesivo de predicciones alucinantes. Aunque también es posible que acabe no siendo para tanto. ¿Cual es el presente al margen de tanta promesa?.